No Pudo Resistirse a su Prima - Parte 2
El silencio en la habitación era ahora un ente palpable, pesado y cargado de ecos. No era el silencio tranquilo de antes, sino uno espeso, impregnado del aroma acre y dulzón de sus cuerpos entrelazados, del sexo y el sudor que secándose les pegaba la piel a las sábanas arrugadas bajo sus espaldas. La luz de la tarde, que antes era dorada y alegre, se había transformado en una penumbra lánguida y anaranjada, teñida por el crepúsculo que se filtraba por las persianas, dibujando franjas largas y sombrías sobre sus cuerpos desnudos. Yacían uno al lado del otro, jadeantes, mirando al techo blanco sin verlo realmente, cada uno perdido en el torbellino de sus propios pensamientos, en el vertiginoso remolino de culpa, confusión y el residual, palpitante, eco del placer recién experimentado.
Nazarena sentía el rubor ardiendo en sus mejillas, extendiéndose por su cuello y pecho. Cada latido de su corazón, que poco a poco amainaba su frenético ritmo, parecía gritarle "primo, primo, primo" en una repetición a vergonzante. Cruzó los brazos sobre su pecho, como intentando protegerse, ocultarse, aunque ya había sido vista, explorada y poseída por completo. Su mirada se fijaba en una minúscula grieta en el yeso del techo, pero lo que veía era la imagen de su propio arrebato, de los espasmos de su cuerpo bajo el de él, de los gemidos que habían salido de su garganta, sonidos que no reconocía como propios.
"¿Qué hicimos? Dios mío, qué hicimos… Esto está mal, es un pecado, es…" Pero el recuerdo de la sensación de placer absoluto, cataclísmico, que la había barrido, interrumpía cualquier pensamiento de arrepentimiento genuino, dejando en su lugar una confusión aún mayor y una humedad persistente, vergonzosa, entre sus muslos.
Thiago, a su lado, respiraba profundamente. Su pecho amplio se elevaba y descendía con un ritmo que también gradualmente volvía a la calma. Su mirada, de reojo, captaba la postura encogida de Nazarena, la tensión en sus hombros, el rubor que teñía su perfil. La culpa lo había golpeado también, sí, un puñetazo rápido y contundente en el estómago al terminar, al verla vulnerable y temblorosa bajo él. Pero, a diferencia de ella, esa culpa había sido efímera, un fantasma débil que la fogosidad de su sangre, aún caliente y cargada de testosterona y deseo, había disipado en segundos. La excitación, lejos de apagarse, se avivaba al contemplarla ahora: su espalda delicada, la curva de su cintura que se hundía para luego elevarse en unas nalgas pequeñas, pero perfectamente redondeadas, la manera en que su cabello oscuro se esparcía como seda desordenada sobre la almohada blanca. El contraste entre su inocencia avergonzada y lo que acababan de hacer, lo que él sabía que era capaz de hacer, lo enciende aún más.
"Está avergonzada. Cree que esto fue un error. Pero su cuerpo no miente. Yo lo sentí… Lo sentí cómo se abría para mí, cómo me quería."
Su mirada bajó, desafiante, hacia su propio regazo. Su miembro, semi flácido y brillante aún con las pruebas mezcladas de su pasión, yacía sobre su muslo. Un animal cansado, pero lejos de estar satisfecho. Y una idea, perversa y irresistible, brotó en su mente con la fuerza de un manantial subterráneo. Sin mediar palabra, sin pedir permiso, movido por un impulso primario de reafirmar su dominio, de borrar esa duda de sus ojos, extendió la mano.
No fue una caricia. Fue una toma de posesión. Su mano se enredó con firmeza en la melena larga y lisa de Nazarena, agarrando un buen puñado de aquella seda oscura cerca de la raíz. La presión fue suficiente para hacerla girar la cabeza hacia él, sin brutalidad, pero con una autoridad que no admitía réplica. Sus ojos oscuros, aún nublados por la confusión y la vergüenza, se abrieron amplia con impacto, encontrándose con los de él, que ardían con una luz oscura, posesiva.
—Thiago… ¿qué…? —logró balbucear ella, pero su protesta se quebró cuando él guió su cabeza, con esa misma firmeza inexorable, hacia su regazo.
"¿Me la chupará? ¿Se resistirá? ¿Se avergonzará aún más?"
Pero no hubo resistencia. No hubo lucha. Quizás fue la sorpresa, quizás la misma corriente subterránea de lujuria que aún recorría sus venas, quizás la fascinación morbosa por la transgresión misma. Nazarena permitió que su cabeza fuera guiada, sus ojos fijos en el miembro que ahora estaba a centímetros de su rostro. Olía a ellos, a sexo, a piel, a él. Un aroma almizcle y primal que, en lugar de repelerla, hizo que una nueva punzada de deseo, húmeda y culpable, le recorriera el bajo vientre.
Vacilante al principio, casi como si estuviera sonámbula, extendió la lengua. La punta rosa y húmeda asomó entre sus labios ligeramente entreabiertos y tocó la base del miembro, aún blando. Fue un contacto eléctrico para ambos. Thiago contuvo el aliento, un gruñido ronco alojándose en su garganta. Nazarena cerró los ojos, como si al no verlo pudiera negar lo que estaba haciendo, pero su cuerpo traicionaba su mente. Su lengua, ahora más segura, se atrevió a más.
Comenzó a lamer. Largos y lentos lengüetazos que recorrieron la longitud desde la base hasta la corona, saboreando la textura aterciopelada de la piel, la salinidad de su sudor mezclada con su esencia única. Jugueteó con los pliegues de la piel, exploró el frenillo con la punta de su lengua, dibujó círculos alrededor de la cabeza, que comenzaba a responder con entusiasmo al calor y la atención. Su respiración se entrecortaba, emitiendo pequeños gemidos ahogados que vibraban contra su piel, lo que provocaba que Thiago se estremeciera y su erección avanzara con rapidez, llenándose de sangre, endureciéndose, palpitando ante su boca.
"Dios… lo está haciendo… está disfrutando…" —pensó él, mirando hacia abajo, viendo cómo su prima, con los ojos cerrados y una expresión de concentración sensual, dedicaba toda su atención a su sexo.
Pronto, el miembro estuvo completamente erecto, más grande e imponente incluso que antes, dueño de una rigidez que parecía demandar más. Nazarena, embriagada por el poder que sentía al tenerlo así, respondiendo a cada uno de sus movimientos, se volvió más audaz. Abrió la boca y se llevó la cabeza dentro. Era demasiado grande para caber cómodamente, pero ella no se rindió. Sus labios se estiraron alrededor de la circunferencia, formando un sello apretado. Usó su lengua para masajear la parte inferior de la cabeza, lamiendo el pequeño orificio que ya segregaba unas gotas de un líquido transparente y salado que ella probó con una curiosidad lasciva.
—Mmm… —suspiró ella, el sonido vibrando alrededor de su miembro, y Thiago juró que iba a correrse solo con eso.
—¿Te gusta? —preguntó él, su voz áspera, cargada de una dominancia que quería reafirmar—. ¿Te gusta el sabor de mi verga, Nazarena? ¿Te gusta chupar a tu primo?
La pregunta, cruda y prohibida, debería haberla hecho detenerse. Pero, en cambio, actuó como un catalizador. Ella se separó de él por un instante, con un pop húmedo, jadeando, una hebra de saliva conectando sus labios hinchados con el extremo brillante de su pene. Sus ojos oscuros, ahora abiertos, miraban el miembro con una mezcla de asombro y deseo puro.
—Sí —susurró, y su voz era apenas un hilo de sonido, cargado de una honestidad que la avergonzó incluso a ella misma—. Me encanta.
No sabía qué fuerza la poseía, qué demonio se había apoderado de su lengua y de su voluntad. Solo sabía que no podía evitarlo. Que la sensación de tenerlo allí, en su boca, el sabor salado y masculino, el poder de sentir cómo crecía y palpitaba por su culpa, era intoxicante. Era una liberación de toda inhibición, un hundirse en el pozo profundo del tabú del que ya no quería salir.
Volvió a la tarea con una ferocidad nueva. Ya no era solo lamer. Era tomar. Introducía tanto como podía en su boca, ahogándose un poco, con arcadas que hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas, pero sin detenerse. Usaba las manos, entrelazando los dedos alrededor de la base que su boca no podía alcanzar, bombeando con un ritmo sincronizado con los movimientos de su cabeza. Su lengua no descansaba, bailando alrededor del eje, lamiendo las venas abultadas, concentrándose en el sensible frenillo con una dedicación que era arte y obscenidad pura.
Thiago gemía por encima de ella, una serie de gruñidos y juramentos entrecortados. Sus manos se enredaron de nuevo en su cabello, no para guiarla con fuerza, sino para sentir el movimiento, para acariciar su cuero cabelludo en un gesto que era a la vez posesivo y extrañamente tierno.
—Así… así, mi niña… así se hace… —murmuraba, sus caderas comenzando a elevarse levemente, encontrando el ritmo de su boca en un empuje superficial y desesperado.
Nazarena lo sentía acercarse. La tensión en sus músculos abdominales, la manera en que su respiración se volvía más jadeante, el latido frenético que sentía en su lengua y en sus labios. Y ella, también, se acercaba al borde. La excitación de servirlo así, de olerlo, de saborearlo, de sentir su sumisión activa, había encendido su propio fuego hasta un punto insoportable. Una de sus manos, la que no estaba ocupada en bombear su base, se deslizó entre sus propias piernas.
Sus dedos encontraron su clítoris, hinchado y hipersensible, y comenzaron a frotarlo en círculos rápidos y urgentes. El contraste entre el placer que daba y el que recibía la hizo gemir alrededor de su miembro, lo que a su vez hizo que Thiago gruñera con ferocidad redoblada.
—Voy a… Nazarena… ¡Voy a correrme!
Ella no se detuvo. Al contrario, apretó los labios alrededor de él, aumentó el ritmo de su mano y de su boca, y hundió dos dedos dentro de sí misma, encontrando su interior aún palpitante y empapado. La doble sensación, la de tenerlo a él en la boca y sus dedos dentro de ella, fue abrumadora.
Thiago no pudo aguantar más. Con un grito ahogado que era la liberación de toda la tensión acumulada, explotó en su boca. Jet tras jet de un líquido espeso y caliente llenó su garganta, con un sabor salado y amaderado que era pura esencia de él. Nazarena, al sentir la primera eyección, tuvo su propio orgasmo, silencioso y convulsivo, ahogando sus gemidos en la base de su pene mientras sus dedos trabajaban frenéticamente en su clítoris y su interior se contraía alrededor de nada.
Ella trago, una y otra vez, sin detenerse, bebiendo cada última gota de su climax mientras el suyo propio la sacudía con oleadas de placer que parecían no terminar. Finalmente, cuando él estuvo vacío, exhausto, ella se separó, jadeando, con labios brillantes e hinchados, y una hebra de semen conectando su comisura con la punta ya sensible de su miembro.
Quedaron en silencio de nuevo, pero este era diferente. No era el silencio de la culpa, sino el de un asombro profundo y lleno de lujuria satisfecha. Thiago cayó hacia atrás, completamente drenado. Nazarena se quedó de costado, mirando el perfil de su primo, sintiendo el sabor de él aún en su boca, la humedad entre sus piernas, el eco de su propio orgasmo.
Y entonces, la ansiedad regresó, pero no era ansiedad por lo que habían hecho, sino una ansiedad por más. Una necesidad insaciable de que eso, lo que fuera que estaba pasando entre ellos, no terminara ahí. Su cuerpo, ahora despierto de una manera única y excitante clamaba por más de él, por más de esta conexión prohibida y electrizante. Esperaba, mirándolo, su pecho aun subiendo y bajando rápidamente, ansiosa por la siguiente palabra, la siguiente mirada, el siguiente toque que reanudara el fuego que, lejos de apagarse, solo ardía con más fuerza.
Continuara...



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