La trampa de mis amigas - Cap. 4 FIN

 

 

El Encuentro

El bar era de esos que olían a cerveza derramada y tabaco rancio. Un lugar donde los hombres iban a beber sin ser juzgados, donde las luces eran tan tenues que podías esconder tus pecados en las sombras.


Yo no pertenecía ahí.


Mi vestido negro, ceñido a mi cuerpo delgado, resaltaba entre las camisas holgadas y los jeans gastados de los clientes habituales. Pero esa noche no me importó. Había pasado semanas buscándolo, preguntando en lugares que nunca hubiera pisado antes, siguiendo pistas que me llevaron cada vez más cerca del infierno que tanto decía odiar.


Y ahí estaba él.


Sentado en una mesa al fondo, con su tatuaje del águila visible bajo las mangas arremangadas de su camisa. No estaba solo. Seis hombres más lo acompañaban, sus carcajadas ásperas cortando el aire como cuchillos.


Mis manos temblaron. Mi respiración se aceleró.


Pero esta vez no era por miedo.


La Decisión

Caminé hacia su mesa con pasos firmes, sintiendo cómo las miradas de los presentes se clavaban en mí. Algunos murmuraban, otros sonreían, como si ya supieran lo que iba a pasar.


Él levantó la vista cuando mi sombra cayó sobre su cerveza. Sus ojos, oscuros y fríos, se abrieron ligeramente al reconocerme.


—No me jodas —murmuró, inclinándose hacia adelante—. ¿Qué mierda haces aquí?


No respondí con palabras.


Mis dedos encontraron el cierre del vestido en mi espalda, y con un solo movimiento, lo dejé caer al suelo.


El silencio en el bar fue instantáneo.


—Esa noche… —dije, señalándolo con un dedo que no temblaba—. Tú fuiste el primero.


Los hombres a su alrededor se miraron entre sí, algunos confundidos, otros con sonrisas cada vez más anchas.


—¿Estás drogada? —preguntó él, pero su voz ya no era tan firme.


—No.


—¿Entonces qué quieres?


—Terminar lo que empezaron.


La Consumación

No hubo preámbulos. No hubo caricias suaves ni palabras dulces.


El primero en moverse fue un tipo corpulento, con brazos tatuados y una sonrisa que prometía dolor. Me agarró del brazo y me tiró sobre la mesa, haciendo que las botellas y vasos cayeran al suelo con estrépito.


—A ver si es cierto que te gusta —gruñó, desabrochándose el cinturón.


El primero en penetrarme fue brutal, como si quisiera romperme en dos. Pero esta vez, el dolor se mezcló con algo más, algo que me hizo arquear la espalda y gemir en lugar de gritar.


—Mira esta puta —rió otro, acercándose por el lado—. Le encanta.


Las manos me sujetaban, me marcaban, me poseían. Uno tras otro, fueron tomando su turno, llenando cada espacio vacío de mí, hasta que ya no pude distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaban los suyos.


El Placer Culpable

Esta vez no había drogas. No había alcohol.


Solo yo y el placer retorcido que brotaba de cada empujón, de cada palabra sucia que murmuraban en mi oído.


—¿Qué te pasa, eh? —el del tatuaje del águila me agarró del pelo, obligándome a mirarlo—. ¿Te volviste adicta a nuestra verga?


No respondí. No necesitaba hacerlo.


Mi cuerpo lo decía por mí.


El Final

Cuando terminaron, quedé tirada sobre la mesa, jadeando, cubierta de sudor y de ellos.


Ninguno me ayudó a levantarme. Ninguno me preguntó si estaba bien.


Pero esta vez, no me importó.


Porque por primera vez desde aquella noche en casa de Sofía, me sentí completa.


Y eso era lo más aterrador de todo.


Fin.


Si les gusto síganme o comente que le pareció la historia, me sirven las buenas críticas. 

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