La trampa de mis amigas - Cap. 2
El aire en la habitación era denso, cargado con un olor a colonia barata mezclado con el aroma dulzón del alcohol que aún recorría mis venas. Mis pupilas, dilatadas por la droga que sin duda habían puesto en mi copa, tardaron unos segundos en adaptarse a la penumbra. La única luz provenía de una lámpara de noche con forma de luna, proyectando sombras alargadas sobre las paredes.
Fue entonces cuando los vi.
No eran fantasmas, ni figuras imaginarias producto de mi mente nublada. Eran hombres—tres, quizás cuatro—sentados en el borde de la cama matrimonial de los padres de Sofía. Sus siluetas eran voluminosas, sus rostros ocultos entre las sombras, pero sus ojos brillaban con un mismo interés lascivo.
—Miren lo que nos trajeron —dijo uno, su voz áspera, como si hubiera fumado durante décadas.
Mis piernas temblaron. No sabía si era por el efecto de la droga o por el miedo que empezaba a apoderarse de mí. Intenté retroceder, pero mis talones chocaron contra la puerta cerrada.
—No… no entiendo —balbuceé, sintiendo cómo el vestido blanco se pegaba a mi espalda sudorosa—. Sofía… ¿Sofía?
Mis llamados fueron respondidos con risas desde el otro lado de la puerta.
—¡Diviértete! —gritó una de ellas, su voz distorsionada por la madera—. Es solo un juego.
Primer Contacto
El más cercano a mí se levantó. Era alto, con el pelo canoso peinado hacia atrás y un vientre que sobresalía levemente sobre su cinturón. Sus manos, gruesas y con venas marcadas, se extendieron hacia mí.
—Quietecita, princesa —murmuró, mientras sus dedos se cerraban alrededor de mi muñeca delgada.
Su tacto era caliente, casi febril. Podía sentir las callosidades en sus palmas rozando mi piel suave mientras me arrastraba hacia el centro de la habitación.
—¿Qué… qué quieren? —pregunté, pero mi voz sonaba débil, como si ni siquiera yo creyera en mis propias palabras.
El segundo hombre, más bajo pero igualmente robusto, se acercó por detrás. Sus manos se posaron en mis caderas estrechas, hundiendo los dedos en mi carne como si estuviera midiendo cuánto podía apretar.
—Esa cinturita —comentó, su aliento a whisky golpeando mi nuca—. Parece de muñeca.
El tercero, aún sentado, se limitó a observarme con una sonrisa que me heló la sangre. Tenía la nariz aguileña y los labios delgados, y en sus ojos había un cálculo que los demás no tenían.
—Desnúdala —ordenó simplemente.
El Vestido Blanco
Las manos del primero subieron por mis brazos hasta los tirantes del vestido. Con un movimiento rápido, los deslizó por mis hombros, dejando que la tela cayera hasta mi cintura. Mis pechos pequeños, pálidos y con pezones rosados que se endurecían por el miedo y el frío, quedaron expuestos.
—Miren eso —silbó el de atrás—. Parecen de adolescente.
—Aún lo es —respondió el de la nariz aguileña, y su comentario me hizo estremecer.
El vestido terminó en el suelo, formando un círculo blanco a mis pies. Ahora solo estaba mi tanga negra, diminuta contra mi piel clara.
—Esto sobra —dijo el primero, enganchando sus dedos en la tela y arrancándola de un tirón.
El sonido de la tela rasgándose pareció eco en mis oídos.
Las Burlas
—¿Cuántos años tienes, eh? —preguntó el más bajo mientras pellizcaba uno de mis pezones.
—Veinti… veintidós —mentí, tratando de que mi voz no sonara quebrada.
—Mentirosa —rió el otro—. Sofía nos dijo que apenas tienes diecinueve.
El uso de su nombre como prueba de su traición me golpeó como un puño. Mis amigas. Mis propias amigas les habían dado detalles sobre mí.
—Pensé que sería más grandota —comentó el tercero, pasando una mano por mi vientre plano—. Pero se ve que aquí todo es chiquito.
Sus palabras eran cuchillos, pero lo peor era cómo mi cuerpo, traicionero, empezaba a responder. El alcohol, la droga, la adrenalina… no sabía qué era, pero entre mis piernas una humedad vergonzosa comenzaba a formarse.
El Primer Tacto
El más alto me empujó hacia la cama. Caí de espaldas, sintiendo las sábanas frías contra mi piel. Antes de que pudiera intentar cubrirme, sus manos estaban en todas partes.
—Mira cómo tiembla —observó el segundo, separando mis piernas con sus rodillas.
—Pobrecita —se burló el tercero—. Ni sabe lo que le espera.
El primero se inclinó, pasando su lengua por uno de mis pezones. Era áspera, como papel de lija, y el contraste con mi piel sensible me hizo arquear la espalda.
—¿Ves? —dijo, mordiendo el otro—. Hasta le gusta.
La Grabación
Fue entonces cuando noté la cámara. Pequeña, casi escondida en el tocador, pero con su luz roja parpadeante.
—No… por favor —supliqué, tratando de sentarme—. No graben…
—Calladita —el más bajo me dio una palmada en el muslo, dejando una marca roja—. O esto se pondrá feo.
El de la nariz aguileña tomó su lugar entre mis piernas. Sus dedos, fríos y expertos, encontraron mi humedad con facilidad.
—Miren esto —mostró sus dedos brillantes a los demás—. La putita ya está lista.
La Penetración
No hubo preámbulos. No hubo caricias para prepararme. Solo el dolor agudo de su penetración, brutal y sin lubricación.
—¡Ah! —grité, pero una mano me tapó la boca.
—Shh… —el más alto siseó en mi oído—. No queremos despertar a los vecinos.
El dolor era insoportable, pero algo peor empezaba a surgir. Una sensación de placer retorcido, como si mi propio cuerpo se estuviera volviendo contra mí.
—Se está apretando —gruñó el que estaba sobre mí—. Le está gustando.
El Cambio
No sabía cuánto tiempo pasó. Solo que, en algún momento, los gemidos que salían de mi boca ya no eran solo de dolor.
—Por… por favor —supliqué, pero ni siquiera yo sabía si estaba pidiendo que pararan o que continuaran.
El segundo hombre tomó su turno, esta vez por detrás. El dolor era diferente, más profundo, pero la droga en mi sistema lo convertía en algo casi placentero.
—Grita ahora, putita —ordenó, y cuando lo hice, la cámara capturó cada sonido.
La Consumación
Cuando el tercero terminó en mi boca, ya había perdido la noción del tiempo. Mi cuerpo estaba cubierto de sudor, de marcas, de líquidos que no eran míos.
La puerta se abrió justo cuando el primero volvía por otro round.
—El tiempo se acabó —dijo Sofía desde el umbral, sonriendo mientras grababa con su teléfono—. ¿Lo disfrutaste?
No respondí. No podía.
Pero en algún lugar, muy dentro de mí, una parte monstruosa ya sabía la respuesta.
Continuara...



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